Por Christian Supiot
Puede ser el momento de confesar que a este lector le gustan los poemarios en los que se desarrolla una idea de unidad. En los que los poemas se estructuran en una idea de libro que viene dada a priori, en oposición a libros que, se les ve, están hechos por una "simple" agregación de poemas. No es que una u otra opción sea mejor, por supuesto, simplemente es que este lector disfruta más de los primeros. La Presencia inasible de la luz tiene esta cualidad.
La Presencia inasible de la luz (Visor, 2011) del poeta Mauricio Herrero Jiménez fue galardonado el pasado año con el accésit del XXI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. Se trata de un poemario pequeño, de 24 poemas, con los que el autor, a partir del encuentro casual con la ceguera, hace un recorrido por las distintas tonalidades de la luz.
Los poemas comparten una serie de lugares comunes; la luz, por supuesto, pero también el agua, las calles de una ciudad imprecisa, un ambiente en general crepuscular y el paso del tiempo.
El poeta intenta plasmar en sus textos las cualidades de la luz pero la luz de Mauricio, no es una luz cualquiera. Se trata de una mirada que se detiene en los pequeños efectos que produce la luz y a través de los cuales el poeta persigue darle una cualidad tangible. Algo así como si la luz estuviera hecha de aquellos minúsculos reflejos del polvo atrapados en los rayos del sol que tanto atraen a los niños. Pero la luz de estos poemas, no es una luz fuerte y vibrante. Aunque el poeta advierte que el peso de la luz / no es siempre el mismo, el poemario se centra en general en una luz de naturaleza huidiza formada de espacios vacíos y precipicios, frágil (la luz se rompe / en los acantilados de tus ojos), manchada con los colores de la tarde, hecha a la monotonía y más fácil de percibir por su ausencia (se cae la luz y se quedan los cuerpos / de las sombras desnudos) Y a pesar de todo, la luz tiene una cualidad cálida. La presencia inasible de luz habla de ese hogar formado por la intimidad los cuerpos y en él, la luz tiene forma de deseo.
La luz está también en el hogar. Un hogar alumbrado tenuemente por candiles y por luciérnagas. Un hogar que tiene el cálido color de la rutina, que está iluminado por el dulce color de los membrillos. Un hogar, cuya luz a veces es porque está ausente. Una casa en la que las noches son eternas. En el que las alcobas guardan la memoria del frío y ambos, oscuridad y frío sirven para refugiarse en los cuerpos donde existe otra luz: La luz era la luz / cuando fue tuya / y la ponías en las habitaciones.
Y aunque la luz es el hilo que une los espacios del poemario. La presencia inasible de luz habla también de una ciudad imprecisa y dura donde los transeúntes ignoran / que el tiempo late a sus pies. El mundo exterior al hogar es duro, cruel incluso, frío. La piel de las aceras es un damero donde apuestan / su suerte los mendigos, / […] y anuncian su final los suicidas. Las calles, empedradas de escarcha, están llenas de fosos abiertos; son un entorno hostil donde tropezar con los restos / de algún día de abril y donde se licua el alquitrán. Las calles tienen un silencio añil, una sombra envejecida y carecen de destino.
La presencia inasible de la luz es un poemario cohesionado en el que el autor intenta describir las propiedades de una luz crepuscular de carácter huidizo y contradictorio que, a veces, es más exacta cuanto más ausente, que tiene el calor del hogar y la frialdad de la ciudad.